Alfonso Chávez Cubillos estudió una profesión intermedia antes de pertenecer a la Armada Nacional. En esa época, no estaba muy bien definida la mayoría de edad, por lo que, él siendo menor de edad pudo enlistarse en Cali. Se enteró de la Guerra de Corea cuando prestando servicio recibió una instrucción en Barranquilla del traslado a la fragata A.R.C. "Almirante Padilla" en Cartagena "y, aprovechando que ya estoy aquí, toca aprovechar la situación". Con información muy limitada, no se sabía muy bien a dónde iba el buque, simplemente en una formación en la mañana preguntaron quiénes querían ir a Corea: “como no tenía problema y tampoco tenía ni idea qué era eso, me embarqué en la guerra”.

Cuando hacían el patrullaje y el contacto a tierra en Corea empezaba a darse cuenta que la situación en la que “se habían metido era grande”. Su preparación para la guerra fue en Barranquilla, y ya en Cartagena les enseñaron toda la parte motriz del barco en el departamento de ingeniería; tenía que ver muy poco con todo lo relacionado con el armamento. Al llegar a la península, recuerda el gran patrullaje de otros barcos al igual que ellos, particularmente alrededor del Paralelo 38.

Alfonso recuerda al "Almirante Padilla" como si fuera una empresa, con directores y subordinados, en la cual hubo bastante compañerismo. Llegar a Japón fue una grata sorpresa, pues después de laboriosos días trabajando a la mitad del pacífico, se encontraba con un lugar totalmente diferente. Lo que más recuerda de la guerra es el patrullaje cerca de las trincheras, de evaluarlas y regresar, ese ejercicio generaba bastante pánico en la tripulación, pues el riesgo de ser atacados era muy alto. Uno de los mayores miedos fue cuando los sorprendió un tifón: “el barco parecía un barquito de papel que podía hundirse en cualquier momento”.

En cuanto al enemigo, nunca lo percibieron, no se sabía donde estaba escondido, simplemente los superiores sabían la información oficial mientras los subordinados se enteraban de los chismes sobre a las personas que atacaban. Los momentos para otros tripulantes eran bastante fuertes; el caso de un compañero de él, el cual era bastante retraído del grupo, y muy callado terminó quitandose la vida en servicio, siendo la única novedad grave de sus compañeros.

Por parte del regreso, fue mucho más monótono, únicamente se trabajaba y se comentaba sobre la experiencia de los tripulantes restantes. El único reconocimiento de su gran trabajo en Corea fue la Estrella de Bronce, "de resto no se vió ni un solo peso por haber ido a esa guerra, ni lo pretendía uno porque a uno le llegaba su sueldo en esa época". Sin embargo, Alfonso estima el reconocimiento del Gobierno de Corea, con sus cartas, regalos y eventos de conmemoración por su mérito en la guerra: "He recibido más de ellos que los de aquí, y eso que aquí hubo solo promesas". Siempre recuerda la Armada con mucho cariño y hasta el día de hoy valora todo el aprendizaje que obtuvo en la institución.

"Uno no debe ser el niño consentido que tiene todo hecho, algo que aprendí en la Armada fue a aguantar ciertas situaciones porque algún día uno tiene que saber como actuar; si no hubiése sido por esa disciplina, no hubiera podido aguantar una guerra".