Antes de combatir en Corea yo le ayudaba a mi papá en labores de agricultura. Yo tenía un amigo que trabajaba en el Distrito No. 5 del Ejército y él me dijo que me presentara para incorporarme a prestar servicio porque necesitaba mi libreta militar. Durante mis primeros trece meses de servicio estuve en la Escuela de Caballería, después hice un curso de suboficial y los exámenes médicos para el ascenso, sin embargo, me negué a presentar los exámenes médicos. Por no haber querido seguir ejercer la carrera de caballería, me designaron y asignaron al curso de preparación de la Escuela de Infantería para viajar a la Guerra de Corea.
Viajamos junto a puertorriqueños y filipinos. Los trayectos fueron Bogotá -Cartagena - Hawái - Incheon. Me daba lástima ver la situación de pobreza e incertidumbre de los niños y mujeres coreanas en las calles. Las ciudades estaban destruídas, migas de acero y columnas de cemento, todo estaba destruído. Más adelante, en la Compañía Alma, comandada por el Teniente Acevedo, alias "El Camión Acevedo", me ascendieron a Cabo Segundo por el conocimiento militar y el dominio de la gente.
Constantemente comparaba mi vida de militar en Colombia con el de estar en una guerra. Cuando no estabámos en línea, era la vida que se lleva en cualquier cuartel: servir los alimentos, limpiar el área y estar listo a las tareas de entrenamiento. Recuerdo que uno de los puestos más peligrosos en que estuvo el Batallón Colombia fue al frente del cerro del "Timón" estaba lleno de unidades chinas que solo se veían salir después del armisticio. Aunque recibimos con alegría el arministicio, tomamos prevenciones ya que la paz viene con uno que otro combate en el que mueren personas. La paz es veneríca para todo el mundo, de la guerra solo queda destrucción. Por esta razón, le deseo la paz al pueblo coreano, así como al pueblo colombiano en medio del proceso de paz. Mi mensaje para las futuras generaciones es que la guerra no deja nada bueno para nadie y buscando la paz vivirán mucho mejor.