Campesino boyacense que no dudó en ser voluntario al llamado de las Naciones Unidas para defender la democracia de Corea del Sur ante la amenaza comunista China, aún cuándo conocía que su vida correría peligro y el regreso a su patria dependía solo de Dios. Como cristiano y fiel devoto de la Virgen del Carmen se despidió de su padre y su madre que murió a sus ocho años de edad.
En 1952 se embarca con la valentía de los héroes y el deseo de aventura de los desposeídos, en el que los mareos propios del mar embravecido no amilanaron su ímpetu guerrero. Una vez en Seúl enfrentado a la realidad de la guerra, infernal como todas, utilizó el coraje que caracteriza al soldado colombiano y enfrentó con reciedumbre y estoicismo los desalmados ataques del enemigo durante la sangrienta batalla de Old Baldy. Fue gravemente herido cuando una granada lanzada con sevicia impactó su humanidad dejándolo a sus suerte, ad portas de la muerte y casi desangrado con las pocas fuerzas que le quedaban, se arrastró hasta una zanja donde fue trasladado a un hospital donde los galenos salvaron su vida después de haber estado dos meses desaparecido.
Posterior a la recuperación no dudó en volver al frente de batalla hasta 1953 cuando sus superiores representados por los gobiernos de Estados Unidos, Corea del Sur y Colombia le ordenan regresar al país, recibiendo múltiples condecoraciones y un crucero de turismo por el Pacífico americano.
Al regresar a tierra patria le entrega con orgullo sus medallas a su preocupado padre, quién lo daba por muerto, y continuó prestando sus servicios a la patria en el Ejército. Luego, fue agente de la Policía Nacional, institución en la que obtuvo su pensión y defendió nuestra democracia en la época de la violencia en el Tolima, Santander y Huila.
Ahora bien, tal vez la parte más anecdótica recordada con gracia y festejo por el Soldado Gil Soler Domingo fue cuando pasó de montar un burrito en la vereda de Altamizal que lo vio nacer a un barco monstruoso que lo adentró en un mar inclemente. Allí, se arrepintió ante el creador por las veces que desobedeció a su padre, sumado al miedo del naufragio al llegar a tierra, su corazón se entristeció cuando observó que la pobreza en la que creció no era nada comparada con el hambre y la desesperanza de los rostros de los ancianos, hombres, mujeres y niños coreanos famélicos que como aves carroñeras se trenzaban a golpes. Inclusive hasta morir por un mendrugo de pan o por una raida prenda que los abrigara en las gélidas temperaturas bajo cero. Esas escenas nunca se fueron de su mente y con lágrimas en los ojos transmitía a toda la familia, conformada junto a Rosa Jiménez y 5 hijos, la necesidad de educarnos y evitar los horrores de la guerra, buscó siempre sembrar la humildad en sus descendientes y nos instó a buscar la paz y tener el suficiente criterio para evitar cualquier conflicto, buscando en los libros el solaz del verdadero combatiente.
Finalmente, el Veterano Domingo Gil Soler murió con la satisfaccion del deber cumplido a los 89 años en Bogotá.
Escrito realizado por la familia del veterano Domingo Gil Soler.