Antes y durante la Guerra de Corea
Nací en Santa Rosa de Cabal, Risaralda, el 6 de diciembre de 1928. Mi familia era campesina y vivía en las afueras del pueblo en una bella finca, éramos 8 hermanos y yo era el menor. Terminé mis estudios de bachillerato y entré al ejército.
El servicio militar lo comencé en octubre de 1950 en el Batallón Pichincha de Cali, Colombia, hasta febrero de 1951 cuando hicimos el juramento de bandera. Una vez jurada bandera, me fui a Bogotá a entrenamiento durante un mes en la Escuela Motorizada como integrante del Batallón Colombia.
En junio de 1951 salimos rumbo a Corea desde Buenaventura en el buque ""Aiken Victory"". Eramos un batallón de mil soldados, al mando del Coronel Jaime Polanía Puyo, que arribamos al puerto de Pusan en Corea del Sur para recibir entrenamiento previo al combate.
Esta travesía del viaje estuvo enmarcada de acontecimientos memorables: ver la cantidad de delfines que jugueteaban en el mar cerca al barco; la llegada al Meridiano 180, y con ella la fiesta de rigor al Dragón Dorado: una tradición mitológica para evitar el hundimiento del barco; el enfurecido mar y su oleaje que provocaba fuertes movimientos del barco y el estridente sonido de las vajillas que caían al piso; los mareos que causaban los continuos movimientos del barco, muchos compañeros caían al piso sin poder evitar trasbocar tomando agua salada para contrarrestar esto; la escala en Hawái por una noche con salida al día siguiente y los tres soldados maravillados con la ciudad que resolvieron quedarse y no subieron al barco, pero luego detenidos y enviados en avión hacia Corea.
Después de un mes de entrenamiento, salimos para el frente de combate en la región de Wanchon, hacia el cerro “la Teta”, bautizada así por el Comandante Polanía Puyo. Desde Bogotá me habían asignado la labor de Radio Operador del Pelotón de Mortero 81 milímetros, por lo que , tenía que acompañar siempre a un Sargento Director de Tiro y recibirle los datos de las coordenadas hacia donde se debía dirigir el tiro del mortero.
En la primera salida, no funcionó el radio, puesto que, la batería se averió con el frío de la noche. En vista de la necesidad de cumplir la función que se me había asignado, acudí al Radio Operador de la Compañía C, pero cuando me correspondía cambiar la frecuencia para poder enviar las coordenadas que el Sargento me daba a la Sección Pelotón de Mortero, comenzó el enfrentemiento.
El combate en Wanchon fue muy feroz: los chinos salían como hormigas de las trincheras; los combates dejaron muchos muertos y heridos. Mientras me encontraba con un compañero boyacense de la Compañía C, escuché una voz que me llamaba, por consiguiente, acudí a buscar de dónde provenía. Al retornar al lugar, encontré a mi compatriota muerto con un disparo en la frente.
El Comandante de la Compañía D, de armamento pesado, Jaime Durán Pombo, nos reunió en el campo de batalla para realizar una evaluación de lo ocurrido. Debido al visible dolor y estupor de la pérdida de tantos soldados, sin indagar los problemas que habíamos tenido con los aparatos de comunicaciones, lanzaba gritos acusatorios. Todos callábamos aún conmovidos por el horror de la batalla. Los combates continuaban y también los cambios de posición en el campo de batalla, algunas veces estábamos en el frente de combate, otras en la retaguardia.
Recuerdo claramente una tarde, en un cambio de área, se ocasionó un gran incendio en el camión que nos transportaba. Un soldado quiso calentar un enlatado para comer, eran común que algunos soldados lleváramos además de las latas de comida y un mechero del mismo material para calentarlas, pero la necesidad de comer era tan grande que el soldado aquel no pudo dimensionar que en el camión había una caneca con gasolina. Se produjo la conflagración y los que íbamos allí nos prendimos en llamas. El chofer del camión detuvo presuroso el vehículo, y yo salté y rodé en la gruesa capa de nieve que cubría la carretera, apagando mi ropa en llamas.
En medio de la guerra, teníamos que utilizar el ingenio para poder satisfacer nuestras necesidades básicas, entre ellas: construir letrinas; crear una “casa-mata”, un hueco grande en la tierra de dos por un metro de ancho y un metro de altura que nos protegía del ataque del enemigo y en la que nos desplazábamos agachados para buscar también un rincón donde dormir. Los combates continuaron durante un año largo en diferentes regiones: Incheon, Kaeson, entre otros.
Antes de nuestro regreso a Colombia, estando en el observatorio a 600 m de las trincheras de los chinos, el Teniente Pombo, me ordena pasar ronda por las trincheras sur coreanas. En cumplimento de ello, soy víctima de un ataque de los chinos quienes lanzaron una granada que pasó sobre mi cabeza y estalló en el talud de una de las trincheras. La explosión me arrojó al suelo, quedé envuelto en tierra y salí ileso una vez más, la gracia de Dios estaba conmigo.
Quince días después de la explosión, me fue notificada la orden de regreso a Colombia; muchos sentimientos llegaron a mí: el sentimiento de dejar un país al que sentía como mi segunda patria, el dolor de las pérdidas humanas de cada soldado surcoreano como si fuera la pérdida de un hermano colombiano. No obstante, sentía la felicidad de retornar a mi país vivo, lleno de orgullo por el deber cumplido. Regresamos a Colombia en agosto de 1952, sentí que renacía.
Historia al llegar de Corea:
Al regresar de la Guerra de Corea en 1952 comencé a trabajar en el Servicio Seccional de Salúd como promotor de salúd pública. Años después conocí a Nelly Echeverri, mi esposa, en Filandia (Quindio). Fuimos novios por un tiempo, luego nos dejamos de ver algunos años en los que tuve otras novias. Finalmente volví a buscar a Nelly y le propuse matrimonio. Ella, a pesar de estar ennoviada con otra persona, aceptó mi propuesta de inmediato. Nos casamos el 20 de Julio de 1963.
Seguí trabajando en el campo de la salúd pública, hice varios estudios sobre el tema, entre ellos, uno en la Universidad de Antioquia con el doctor Héctor Abad Gómez. En este trabajo, obtuve mi jubilación y después trabajé con mi esposa en varios oficios de seguros y ventas, y acompañándola a sus diferentes actividades.
Después de unos años, me enfermé y necesité una diálisis peritoneal hasta el día en que morí el 7 de mayo de 2020 en Pereira, Risarlada.
Sergio fue un hombre ejemplar que nos dejó muchos recuerdos y enseñanzas a sus familiares, amigos y conocidos.
Escrito por un familiar del veterano Sergio de Jesús Cardona Cardona.